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El Judío en el espino



Fuente: Libros Maravillosos, Cuentos de la infancia y del hogar.
Hecrosantz.media
Sección:
Literatura alemana.
Género: Literatura Universal.
Autor: Héctor Rosales.

"La Literatura es  una noticia que permanece noticia"

Ezra Pound (Hailey, Idaho, EE.UU. 30 de octubre de 1885 - Venecia, Italia, 10 de noviembre de 1972) poeta y ensayista estadounidense que predico fogosamente el rescate de la poesía antigua para ponerla al servicio de una concepción actual, conceptual, al mismo tiempo abundante.

Los Hermanos Grimm, Jacob, Wilhelm y Ludwig Grimm, fueron y son otros investigadores, camaradas argonautas buscadores del alma de los pueblos a traves de sus floridas historias que nos vienen a revelan el cáracter, en el mejor espejo educactivo del alma. Ellos como otros tantos entre los filas de los que militamos en la misma nave, aunque sea desde mi México facinante por ser el más extraño que toda nación que halla visitado en el corazón, también emprendieron en su momento la aventura editorial de pasar a los libros, lo que se ha contado por mucho tiempos inmemoriables, el trabajo mayúsculo del interprete y clarificador eternizante. Todo eso que comento y deja huella en su obra  "Cuentos de la infancia y del hogar (1812-1815)".

Dedicatoria especial de Héctor Rosales:

"Dedicado a todos aquellos que judíos o no, se hayan poseidos por el arquetipo maligno del ladrón habilidoso, que sofisticadamente intenta arrebatar los espacios, las culturas, las historias y los destinos de los pueblos y los hombres con sus mentiras dedicadas a esclavizar el corazón de los hombres, a los afanes de ideales malignos y ridiculos que juegan con la buena fe de lo distraidos, aún sabiendo siempre no son suyos, su daño nunca lo lograran, aunque mientan todo a gritos  y éstos sean reproducidos por millones en el mundo, con ensordecedor estruendo artificial, intentando ocasionar el panico en el corazón para que se suma más en la miseria de su celda, o cambia otra de sus edificaciones mentirosas, no tendrán éxito... Que sea  pues la música o la simple tonada del alma, de un aristocrata espiritaul el emplazamiento a la verdad inegable su castigo, y que les traicione su propia lengua misma actitud tergiversadora, pues triunfantes  somos nosotros que jamas nos dejamos contaminar de su odio y prejuicio por la vida, pues ésta se rebelara las muchas más veces que ustedes emprendan el engaño y ofensa en su contra, en todo lo que se afirma, es decir bien ahora y siempre en todo..." .

El Judío en el Espino

Érase una vez un hombre muy rico que tenía un criado, el cual lo servía con diligencia y honradez; todas las mañanas era el primero en levantarse, y por la noche, el último en acostarse; cuando se presentaba algún trabajo pesado del que todos huían, allí acudía él de buena gana. Jamás se quejaba, sino que siempre se le veía alegre y contento. Terminado su año de servicio, su amo no le pagó soldada (salario) alguna, pensando: «Es lo mejor que puedo hacer; de este modo ahorraré algo, y él no se marchará, sino que continuará sirviéndome». El mozo no reclamó nada, trabajó un segundo año con la misma diligencia y asiduidas que el primero, y cuando, al término del plazo, vio que tampoco le pagaban, se resigno y continuo trabajando. Transcurrido el tercer año, el amo reflexionó por unos momentos y se metió la mano al bolsillo; pero volvió a sacarla vacía. Entonces el criado, decidiéndo al fin, le dijo:
- Señor, os he estado sirviendo lealmente durante tres años; espero, pues, que sepáis pagarme lo que a mi derecho corresponde. Deseo ir a conocer el mundo.
- Sí, mi buen criado - respondióle el avaro -, me has servido asiduamente y te recompensaré con equidad - y, metiendo de nuevo la mano en el bolsillo, dio tres cuartos al criado.
- Ahí tienes, a razón de cuarto por año; es una buena paga, y generosa; pocos amos te lo darían- dijo el avaro.
El buen mozo, que entendía poco de dinero, embolsó su capital, pensando: «Tengo buenas monedas en el bolsillo; no habré de preocuparme ni hacer más trabajos pesados».
Y marchóse, monte arriba y monte abajo, hiba cantando y brincando alegremente. Al pasar por unas malezas, salió de entre ellas un enano y le dijo:
- ¿Adónde vas, hermano Alegre? Por lo que veo, no te pesan mucho las preocupaciones.
Respondiendo el joven - ¿Y por qué he de estar triste? -. Llevo el bolsillo bien provisto, con el salario de tres años trabajo.
- ¿Y a cuánto asciende tu riqueza? - inquirió el hombrecillo.
El joven mozo respondio - ¿A cuánto? A tres cuartos, contantes y sonantes.
Entonces dijo el enano - "Oye -, yo soy pobre y estoy necesitado; regálame tus tres cuartos. No puedo trabajar, mientras que tú eres joven, y te será fácil ganarte el pan".
El mozo tenía buen corazón; y se compadeció del hombrecillo y le alargó las tres monedas, diciéndole:
- Sea en nombre de Dios. De un modo u otro saldré de apuros.
Y entonces el enanito- dijo:
- Puesto que tienes buen corazón, te concedo tres gracias, una por cada cuarto; pide, y te serán otorgadas.
- ¡Vaya! - exclamó el mozo -; ¡conque tú eres de esos que entienden en hechizos! Pues bien, lo primero que deseo es una cerbatana que nunca falle en su puntería; luego un violín que, mientras lo toque, haga bailar a cuantos lo oigan; y en tercer lugar, deseo que, cuando dirija mi ruego a alguien, no se pueda hasta ser satisfecho.
- Todo eso tendrás - dijo el hombrecillo, y, metiendo la mano en la maleza, ¡quién lo hubiera imaginado!, sacó el violín y la cerbatana, tal y como si los hubiese tenido preparados de antemano. Dando los objetos al mozo, le dijo:
- Cualquier cosa que pidas, ningún ser humano podrá negártela.
«¿Qué más ambicionas corazón?», pensó el mozo mientras reemprendía su camino. Al poco rato encontróse con un judío, de larga barba de chivo; se había parado a escuchar el canto de un pájaro posado en la rama más alta de un árbol.
Decía - ¡Es un milagro de Dios - que un animalito tan pequeño tenga una voz tan poderosa! ¡Ah, si fuese mío! ¡Quién pudiera echarle sal en el rabo! (comerlo...)
El joven dijo: - Si no es más que ésto -, pronto haré bajar al pájaro -y, apuntándole con la cerbatana, al instante cayó el animalito en medio de los espinos.
El joven dijo al judío- ¡Anda, bribón! -; ¡saca el pájaro de ahí!
El Judío respondio- A fe mía que lo haré. ¡Quien no cuida de su hacienda (patriomonio material), se la lleva el diablo! Recogeré el pájaro, puesto que lo has acertado - y, tendiéndose en el suelo, introdújose a rastras por entre los zarzales. Cuando estaba ya en medio de los espinos, ocurriósele al buen mozo la idea de jugarle una mala pasada y, descolgándose el violín, se puso a tocar. Inmediatamente, el judío, levantando las piernas, se puso a bailar, y cuanto más rascaba el músico, más se animaba la danza. Pero los espinos le rompían sus deshilachadas ropas, le peinaban la barba de chivo y le desgarraban la piel de todo el cuerpo.
- ¡Eh! - exclamó el judío-, ¡a qué sales ahora con tu música! Deja ya el violín, que no tengo ganas de bailar.
Pero el mozo siguió rasca que te rasca, pensando: «¡Bastante has desollado tú a la gente; verás cómo el espino te desuella ahora a ti!», y continúo tocando con mayores bríos. Redoblaron los saltos y brincos del judío, cuyos vestidos, desgarrados por las espinas, se quedaban colgando, en pingajos, de la zarza.
- ¡Basta, basta! - gritaba el hombre -. Te daré lo que quieras, con tal que dejes de tocar. ¡Una bolsa llena de oro!
- Si tan generoso eres - replicó el mozo -, dejaré de tocar; una cosa he de reconocer, sin embargo, y es que bailas que eres un primor... - y, cogiendo la bolsa de oro, continuo con su camino.
El judío se quedó parado, siguiéndolo con la vista y sin decir nada hasta que el mozo hubo desaparecido en el horizonte lejano. Entonces cobardemente se puso a gritar con todas sus fuerzas su coraje:
- ¡Músico miserable, violinista de taberna, espera a que te atrape! ¡Te juro que correrás hasta que te quedes sin suelas! ¡Pelagatos, muerto de hambre, que no vales dos ochavos! - y siguió escupiendo todos los improperios que le vinieron a la boca. Una vez se hubo desahogado un poco, corrió a la ciudad y se presentó al juez:
- ¡Señor juez, justicia pido! Un desalmado me ha robado (mintió el judío) en mitad del camino y me ha dejado como veis. ¡Hasta las piedras se compadecerían! (hasta las piedras se rien...) Los vestidos rotos, todo el cuerpo arañado y maltrecho. ¡Mi pobre dinero robado, con bolsa y todo! Ducados de oro eran, si uno hermoso, el otro más. Por amor de Dios, ordenar que prendan al ladrón.
- ¿Fue acaso un soldado él que la emprendió contra ti a sablazos? - preguntóle el juez.
- ¡Dios nos guarde! - respondió el judío -; ni siquiera llevaba una mala espada; sólo una cerbatana y un violín colgado del cuello; el muy bribón es fácil de reconocer.
El juez envió a sus hombres en persecución del culpable. No tardaron en alcanzar al muchacho, que caminaba sin prisa, y le encontraron la bolsa con el dinero.
Fue llevado ante el tribunal, dijo:
- Yo no he tocado al judío ni le he quitado el dinero; fue él quien me lo ofreció voluntariamente, para que dejase de tocar el violín, pues parece que mi música no le gustaba.
- ¡Dios nos guarde! - exclamó el judío -. Éste caza las mentiras como moscas en la pared.
Tampoco el juez quiso creerlo, y dijo:
- Muy mala ésta excusa que das; ningún judío haría tal cosa -, y, considerando que se trataba de un delito de asalto y robo en la vía pública, te condeno a la horca. Cuando ya lo conducían al suplicio, el judío no cesaba de gritarle:
- ¡Haragán, músico de pega! ¡Ahora recibirás tu merecido!
El condenado subió tranquilamente las escaleras del cadalso junto con el verdugo; pero, al llegar arriba, volvióse para decir al juez:
- Concededme una gracia antes de morir.
- De acuerdo - respondió el juez -, con tal de que no sea la vida.
- No pediré la vida - replicó el mozo -, sino sólo que me permitáis tocar mi violín por última vez.
El judío puso el grito en el cielo:
- ¡Por amor de Dios, no se lo permitáis, no se lo permitáis!
Pero el juez dijo:
- ¿Y por qué no he concederle éste breve placer? Tiene derecho a ello, y no hay porque privárselo.
Por otra parte no se podía negar, si recordamos el don que había sido otorgado al mozo. Gritó entonces el judío:
- ¡Ay de mí! ¡Atadme, atadme fuerte!
Entretanto, el buen mozo se descolgó el violín y se puso a tocar. A la primera nota, todo el mundo empezó a menearse y oscilar: el juez, el escribano y los alguaciles; y la cuerda se cayó de la mano del que se disponía a amarrar al judío. A la segunda nota, levantaron todos las piernas, y el verdugo, soltando al reo, inició también la danza; a la tercera, todo el mundo estaba ya saltando: el juez y el judío en primer término, y con el mayor entusiasmo. A los pocos momentos bailaba toda la gente que la curiosidad había congregado en la plaza: viejos y jóvenes, gordos y flacos, en enorme confusión. Hasta los perros que habían acudido saltaban sobre las patas traseras. Y cuanto más tocaba, tanto mayores eran los brincos de los bailadores, que, dándose unos a otros de cabezadas, empezaron a gritar lamentablemente. Al fin el juez, jadeante, levantó la voz:
- ¡Te perdono la vida si dejas de tocar!
El buen mozo, compadecido, interrumpió la música y, colgándose el violín del cuello, descendió las escaleras del patíbulo. Acercándose al judío que, tendido en tierra, trataba de recobrar el aliento, le dijo:
- ¡Bribón, confiesa ahora de dónde sacaste este dinero o vuelvo a coger el violín!
- ¡Lo he robado, lo he robado - exclamó el judío -, mientras que tú lo ganaste honradamente!
Y el juez mandó a que ahorcasen al judío por ladrón.


* * * FIN * * *


Fuentes:

1-. GRIMM, Jacob; Wilhelm; Ludwig; JERICHAU, E.,"Todos los cuentos de los hermanos Grimm", España, Editorial Rudolf Steiner & Mandala, 2006, ISBN: 978-84-89197-57-2;